
Durante años, se confundió el estrés con compromiso y el agotamiento con excelencia.
Sin embargo, la evidencia científica ha dejado algo claro: el estrés crónico no es una prueba de esfuerzo, sino el reflejo de una desconexión estructural entre la persona y su organización.
Cuando el liderazgo se vuelve autoritario, el propósito se diluye y el reconocimiento desaparece, el cuerpo y la mente comienzan a hablar el único idioma que les queda: el del agotamiento.
No se trata de empleados débiles, sino de sistemas que han olvidado cuidar a las personas que los sostienen.
En este artículo analizamos por qué el estrés dejó de ser una cuestión individual para convertirse en un indicador organizacional, y exploramos soluciones prácticas adaptadas a cada tipo de empresa: desde pequeñas estructuras que necesitan recuperar la humanidad, hasta grandes corporaciones que deben rediseñar su cultura desde la raíz.
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